Quienes nos
formamos en la escuela del Marxismo, concebimos a la religión como el “opio del
pueblo”, que en palabras de Carlos Marx no era más que la alienación
porque desvía al hombre del único
ámbito en donde le es realmente posible la salvación y felicidad, el mundo
humano, el mundo de la grandeza expresado en la vida social y económica.
Pese a que en
la doctrina social de la iglesia, entre sus principios se encuentra, además de la dignidad de la persona
humana, el bien común y la consabida opción por los pobres, en muchas ocasiones ministros de la iglesia católica, toman partido pero no por las clases desfavorecidas sino por la clase dominante, perpetuando
a ésta en el poder, legitimando el estado de cosas existente, dando incluso, en
casos extremos, justificaciones teológicas al dominio de un grupo social sobre
otro.
Con el inicio
del Pontificado de Jorge Mario Bergoglio, quien tomo el nombre de Francisco, retoma los fundamentos del pensamiento
social de la Iglesia, en el que los pobres se convierten en uno de los pilares de su papado, que además de ser una preocupación del
Evangelio, le indican al Papa la humildad, austeridad y la solidaridad. De allí
que una de sus consignas sea “una Iglesia pobre y para los pobres”.
Para el Papa
Francisco, la Iglesia Católica es una institución que debe cambiar, dejando de
lado la opulencia y el afán del dinero, males del que se dejaron llevar algunos
de sus miembros extraviándose de la fe; volviendo a vivir en la humildad y con
deseos de justicia, formando a sus miembros en profundizar en la Doctrina Social de la
Iglesia, acercándose y preocupándose por la gente y su dignidad, colándolo como un aliciente para trabajar en la
edificación de una sociedad más justa y solidaria.
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