miércoles, 11 de enero de 2017

La Reconciliación el reto en el 2017



Julio E. Higuera
Politólogo
Después de recibir las festividades de navidad y fin de año, por más de medio siglo, en medio de la zozobra por los enfrentamientos y acciones violentas generadas por el conflicto armado, es alentador ver a los integrantes de las Farc, celebrar estas festividades en paz. Es el mensaje más esperanzador que nos pueden transmitir a los colombianos, que tras 6 años de conversaciones entre los voceros del gobierno y las Farc, el 2016 se convirtió en el año de la firma del acuerdo de paz definitiva, que nos devuelve la tranquilidad  y abre el camino de la reconciliación.

En el 2017, debemos avanzar en la consolidación y la implementación de los acuerdos, blindando este proceso de cualquier amenaza que ponga en riesgo lo alcanzado hasta ahora, ofreciendo plenas garantías a los miembros de las Farc para el ejercicio de la política sin armas.

Quienes acompañamos los acuerdos de la Habana y estamos comprometidos con la paz, debemos seguir trabajando para enfrentar los enormes retos que tenemos por delante, desde la construcción de una cultura ciudadana de paz basada en la reconciliación, la tolerancia, el respeto a los derechos humanos, verdad, justicia y reparación, como un espacio para la convivencia pacífica, el progreso, la equidad y bienestar social de la población más vulnerable, principios indispensable para la construcción de un pacto para la recuperación de valores éticos y morales que hagan del ejercicio de la política y la gestión pública una actividad transparente y de participación ciudadana, creando mayores espacios de convivencia e igualdad social.

En esta etapa de implementación de los acuerdos con las Farc y un eventual avance hacia una fase pública de los diálogos con el ELN, el papel de la Sociedad Civil es hacer entender al conjunto de la ciudadanía, que han mostrado ser indiferentes por desconocer los verdaderos alcances de estos procesos de paz que le devuelve la seguridad y tranquilidad a la población, que la violencia no es el camino para solucionar nuestras diferencias y conflictos, sino que debemos trabajar por la reconciliación, esmerándonos en revisar las prácticas cotidianas que nos hacen excluyentes, agresivos, llenos de odios y, por qué no, violentos; entendiendo que la reconciliación es un acto individual, así como colectivo y parte de entender y reconocer actitudes y comportamientos que nos llevan a ser intolerantes y egoístas en el momento de buscar el perdón y la reconciliación entre seres humanos que pensamos y actuamos de manera diferente. 

Una cultura de paz y reconciliación nos debe permitir  tejer lazos de confianza, rotos por el dolor que deja la guerra, que nos permita trabajar por profundas transformaciones en la sociedad, que busquen reducir la brecha en materia económica, política y de exclusión social, ampliando los espacios de participación ciudadana.

En este propósito la implementación de la cátedra de la paz, no solo como un manual de convivencia ciudadana, sino como un instrumento de pedagogía para la paz, que no solo debe ser impartido en las instituciones educativas, sino en todos los espacios sociales  y de organización comunitaria, que ahonde en las causas del conflicto armado, las consecuencias de más de medio siglo de guerra, finalizando en profundizar en la situación actual y alcance positivos de los acuerdos a los que se llegaron. En síntesis la cátedra de la paz debe llenar el vacío existente que ha dejado la poca difusión de lo firmado en la Habana y que condujo al triunfo del NO en el pasado Plebiscito, como resultado de la desinformación manejada por los promotores del NO con la complicidad de algunos medios de comunicación, indiferentes ante el dolor y sufrimiento que para muchísimas familias en el país ha representado el conflicto armado vivido.

Finalmente desde las acciones ciudadanas debemos exigirle a los dirigentes y partidos políticos, gremios económicos, y organizaciones sociales, que contribuyan a desactivar los odios y la polarización existente, entendiendo que quien piensa diferente es un adversario, no un enemigo al que se debe eliminar por sus diferencias políticas o ideológicas.