Julio
E. Higuera
Que
sentirán, las pobladores que residen sobre las riveras del ancho rio Caguan en
el Caquetá, campesinos de municipios, veredas y corregimientos de los Llanos Orientales,
del Uraba Antioqueño, la Amazonia y cientos de regiones más de nuestro país, los
indígenas del Cauca, Afrocolombianos de la costa del pacifico; quienes han
sufrido el dolor de la guerra y del desplazamiento forzoso; los niños,
niñas y jóvenes asentados en esas zonas, que desde una condición de alta vulnerabilidad,
enfrentaron situaciones de violencia y desarraigo que lesionaron sus derechos, oscureciendo
su presente y haciendo más incierto su futuro, por un conflicto
armado interno en el que han vivido por más de 52 años y del cual son víctimas
inocentes; al escuchar las voces de quienes se oponen a la firma del acuerdo
final que le ponga fin a tantos años de violencia, desesperanza y dolor.
Solo
quienes han sido víctimas directas de esta guerra cruel, tienen la autoridad,
ante el país, de decidir entre la refrendación de los acuerdos de la Habana o
la continuidad de la guerra, en la que ellos seguirán siendo las principales
víctimas inocentes. Quienes habitan en las grandes ciudades, en la comodidad de
sus hogares, sin sufrir directamente y desconociendo las verdaderas
consecuencias y horrores de la guerra,
no alcanzan a dimensionar y entender el verdadero significado y alcance del fin
de las hostilidades con la Farc, en el camino de la construcción de una nación
tolerante y reconciliada. Enceguecidas por el odio toman la decisión de apoyar
el NO, sin recapacitar sobre la importancia de alcanzar la paz como propósito nacional, que genere
lazos de solidaridad para con aquellos compatriotas que son las verdaderas víctimas
inocentes de cualquier confrontación entre actores armados.
Los colombianos
debemos contagiarnos del apoyo al SI en
el plebiscito, en la búsqueda de la paz
definitiva, que nos conduzca a construir una cultura ciudadana para la
convivencia, reconciliación, la tolerancia, que garantice la indemnización a
las víctimas y sus familiares, la devolución de las tierras a los campesinos
expropiados y desplazados, y a la implementación de programas de desarrollo
social en aquellas zonas afectadas por la violencia; dejando atrás las secuelas
de la guerra, abriendo el camino hacia un país sin violencia y con desarrollo
social. Es la oportunidad para que nuestros gobernantes en el orden nacional,
regional y local, dediquen sus esfuerzos y presupuestos, en la etapa de
postconflicto, al desarrollo de programas de inversión social, que aporten al
mejoramiento de las condiciones y calidad de vida de la población más pobre y
vulnerable, propiciando espacios de participación ciudadana y de gobernabilidad
democrática.
La
búsqueda de la paz y la reconciliación ha sido el propósito de millones de
colombianos, que hemos soñado con este momento histórico, para entregarle a las
nuevas generaciones un país diferente, en el que los gobernantes dediquen todos
sus esfuerzos en la tareas que nos dejara el Postconflicto, especialmente en
atención a las víctimas y a las regiones que fueron azotadas por décadas por la
guerra y sometidas al abandono estatal.
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