Tomado del Espectador
Mayo 30 de 2014
En
una entrevista publicada en este diario, el senador Jorge Robledo reitera su
idea de que Santos, Zuluaga y Uribe son la misma vaina, e insinúa que, por coherencia
ideológica y en defensa de sus principios, no votará por ninguno de ellos.
En
un país en donde la clase política no es fiel a nada, ni a nadie, las ideas de
Robledo suenan bien, más aún viniendo de un senador comprometido y juicioso
como es él. Pero a mí no me convencen. Robledo puede, por supuesto, votar en
blanco. Lo que no creo que pueda es decir que lo hace por coherencia y rectitud
ética. Me explico.
Según
Robledo, un político recto es aquel que tiene claro cuáles son sus principios y
que no negocia con ellos. Pero esta actitud tiene al menos dos problemas. En
primer lugar, los fines políticos (justicia, libertad, desarrollo, igualdad,
etc.) pueden ser claros en la letra (uno a uno), pero son difíciles de
conciliar en la práctica. El desarrollo económico y la protección del medio
ambiente, por ejemplo, son importantes en una sociedad. Pero no se puede lograr
todo lo que se quiere de cada uno. Hay que elegir el mayor grado posible de
desarrollo, compatible con el mayor grado posible de protección al medio
ambiente. Esos grados son discutibles y uno debe negociar entre ellos.
El
segundo problema es que la relación entre los medios y los fines políticos
tampoco es clara, como bien lo explicó Max Weber en un texto célebre sobre la
ética de la convicción de los santos y la ética de la responsabilidad de los
políticos. Ni siquiera los santos pueden evitar el hecho de tener que optar, a
veces, por ciertos medios indeseables para lograr fines valiosos (la mentira
piadosa, por ejemplo). En el caso de los políticos, esto es aún más forzoso. Un
político responsable puede verse abocado a ceder parte de sus principios o
incluso a negociar con sus enemigos políticos con tal de evitar males mayores.
Eso fue lo que hizo Mandela en Sudáfrica para acabar con el apartheid. Otra
cosa es negociar para obtener fines personales. La ética de la responsabilidad
nos exige afrontar las consecuencias de nuestros actos sin liberarnos de la
exigencia que tenemos de justificar los medios que utilizamos.
Robledo
nunca negocia, ni siquiera cuando de ello depende que gente humilde mejore las
condiciones en las que vive. No lo hizo para defender el programa de
restitución de tierras y no lo hace ahora, cuando su voto ayudaría a que la paz
se consiga. Y siempre invoca la pulcritud moral de sus actos. Es cierto que hay
ocasiones en las que hay que defender principios a toda costa, como ocurre
cuando alguien se niega a torturar a un delincuente para obtener información
que conduzca a la captura de sus cómplices. Pero este no es el caso de Robledo.
Primero, porque apoyar a Santos no es un delito, y segundo, porque ese apoyo
está encaminado a lograr la paz, que es un bien inmenso para este país. Un
santo puede, en su lógica religiosa, ser fiel a sus principios, así ello
implique que el mundo se derrumbe. Un político responsable, en cambio, no puede
hacer eso y luego decir: “de malas, es culpa de este país, no mía”.
Un
político responsable de izquierda (no sólo de izquierda) diría, creo yo, lo
siguiente: prefiero pagar el costo de tener que apoyar a un presidente con el
que tengo muchas diferencias, que afrontar las consecuencias (éticas) de
contribuir a frustrar un proceso de paz que durante años, quizás décadas,
cargará con miles de muertos. Por eso, voto por él, para que logre la paz, lo cual
no me impedirá hacerle oposición en todo lo demás.
* Columnista del
periódico EL Espectador - Doctor en Ciencia Política de la Universidad Católica
de Lovaina la Nueva en Bélgica con estudios posdoctorales en la Universidad de
Wisconsin-Madison (Estados Unidos); abogado especializado en el estudio y la
enseñanza de Teoría Legal, Sociología del Derecho, y Derecho Constitucional en
universidades
colombianas e
internacionales.
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