Casi centenario, murió uno de los más influyentes teóricos de la democracia moderna
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Dahl. El autor del libro ‘¿Quién gobierna?’. Foto: El País |
El 7 de febrero, a
los 98 años, falleció Robert Dahl, sin duda uno de los grandes de la ciencia
política contemporánea y probablemente el más ilustre representante de los
estudios de teoría de la democracia de la segunda mitad del siglo XX.
Toda su obra gira
en torno a una obsesión, dar cuenta de las características, ambivalencias y
peligros de la democracia, sus muchas acepciones y las amenazas que siempre
acechan a su realización plena.
Su máximo logro
puede que consistiera, sin embargo, en habernos proporcionado el método más
completo y eficaz para emprender estos estudios con rigor científico sin tener
que renunciar a un análisis eficaz de sus componentes normativos. Hasta que él
entró en escena, los estudios de la democracia se escindían en dos enfoques
separados. De un lado estaba toda la literatura de teoría o filosofía política,
que abordaba el objeto desde un enfoque puramente normativo; y, de otro, los
análisis empíricos que se concentraban en aspectos concretos del funcionamiento
de los sistemas democráticos “realmente existentes”. Unos especulaban y otros
hacían estudios de campo. Faltaba el engarce, justo aquello que Dahl consiguió
proporcionarnos a lo largo de un esfuerzo que le llevó toda una vida.
Su libro de 1961
Who governs (¿Quién gobierna?) fue absolutamente rompedor. Para el Times
Literary Supplement es uno de los 100 libros más influyentes desde la II Guerra
Mundial.
Un estudio de caso,
la adopción de decisiones políticas en la ciudad americana de New Haven, le
permitió demostrar cómo la práctica política confirmaba el presupuesto teórico
de que todos los grupos tienen la misma capacidad efectiva de hacerse oír e
influir sobre las decisiones públicas, que el ejercicio de la democracia en los
Estados Unidos era, en efecto, pluralista. Más adelante comenzaría a tener
dudas al constatar la dificultad de las democracias para cumplir su ideal, el
gobierno del pueblo para el pueblo. El núcleo normativo de la democracia se
encontraba en el principio de igualdad política, amenazado siempre por las
interferencias del poder económico y las dificultades de instrumentalizar un
sistema institucional y un conjunto de prácticas con capacidad de realizarlo.
De ahí que prefiriera definir la democracia real como poliarquía, el “poder de
los muchos”, que no equivale necesariamente al poder del pueblo.
Su libro de ese
mismo título, aparecido en 1971, marcaría el comienzo de un esfuerzo por
establecer un catálogo de las condiciones procedimentales y culturales mínimas
que nos permiten confirmar la realización del ideal democrático. Dado que
ningún régimen político las cumple en su totalidad, ningún sistema puede
presentarse como pleno, la democracia es un ideal permanentemente inacabado.
Pero esa especificación de sus rasgos consustanciales sirvió para establecer un
magnífico rasero capaz de facilitar la comparación entre sistemas políticos.
Tomado de La Razón (Edición Impresa) / Fernando Vallespín - Universidad Autónoma de Madrid. 00:00 / 16 de febrero de 2014
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