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Parmenio
Cuellar Bastidas
Senador
de la Republica
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En más de una oportunidad le escuché a Luis Carlos Galán, en sus
magistrales disertaciones, que era posible y necesario convencer a la guerrilla
que dejara las armas y buscara a través de la democracia las transformaciones
económicas y sociales que pregonaba; que renunciara a su pretensión de
imponerlas por la fuerza y que, por el contrario, ventilara en la plaza pública
sus propuestas, para que el pueblo decidiera libremente cuál sería la
intensidad de esos cambios estructurales.
Llegué al Congreso al año siguiente del magnicidio de Soacha, con la
ilusión de que ciertamente era posible tramitar en el Capitolio propuestas
radicales que sacudieran el vetusto establecimiento bipartidista, sumido en el
clientelismo que propicia la corrupción, máxime cuando había sido elegido por
un vigoroso movimiento popular que logró la confluencia de varias fuerzas
renovadoras en el departamento de Nariño. Y a pesar que al año siguiente, 1991,
la Asamblea Nacional Constituyente expidiera una nueva Carta Política,
inspirada en el humanismo liberal, el Congreso se ha negado, hasta ahora, a
expedir la leyes que desarrollen el cambio constitucional; por el contrario, en
apenas 22 años ha realizado 35 contrarreformas que terminaron por desfigurar
una Constitución que está muy en el alma de los colombianos por las conquistas
en materia de derechos ciudadanos, con la afortunada salvaguardia que es la
acción de tutela.
Estas reflexiones son inexorables con motivo de los anuncios de eventual acuerdo de paz con las FARC y su reclamado derecho a preservar su vocería política. Desde luego que su presencia en el Congreso sería saludable, pues nosotros creemos que a pesar de la deshumanización del conflicto y de las graves violaciones a los derechos humanos que se les atribuye, es mejor que políticos que cambiaron la dialéctica de la persuasión por la de los fusiles, se rencuentren con un pueblo que tiene derecho a vivir en paz; pero, tenemos el presentimiento que las reformas que no se acuerden en el marco de las negociaciones de La Habana, será muy difícil que se puedan tramitar y aprobar por un Congreso dominado por las clientelas aupadas por los gobiernos de turno.
¿Será cierto lo que nos enseñó Galán de que es posible hacer la “revolución
pacífica” –vale decir, a través de las urnas-, y alcanzar las profundas
transformaciones que con urgencia demanda la sociedad colombiana? ¿Cuándo
cambiará nuestra democracia política para que el Congreso sea la expresión de
la opinión nacional y no de la pobreza material y espiritual de un pueblo
sometido al hambre, al desempleo y a la falta de salud y educación?
Tomado de Caja de Herramientas. Edición N° 00349 – Semana del 03 al 09
de Mayo de 2013
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El fenómeno ideológico y político consiste en que los políticos no pueden llevar a cabo reformas estructurales de la sociedad porque liquidarían su propio piso material y político y se quedarían sin oficio. eso explica que ni los comunistas ni otras organizaciones supuestamente revolucionarias hayan podido hacerlo aún accediendo al poder politico y, por el contrario se corrompan con el mismo.
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