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Por: Cristina de la Torre**. |
Con la destitución de Petro por supuestas irregularidades en el sistema de aseo, que algunos pronostican, mataría Ordóñez dos pájaros de un tiro: se sacudiría a un duro competidor por la Presidencia y su proyecto de izquierda, y se ofrecería él como solución a la crisis de candidaturas de la ultraderecha. Ahora, o en cuatro años. A la manera del dictador moderno que simula respeto por la ley, el jefe del Ministerio Público pretexta intervención disciplinaria para aplastar al contrario en ideas y hacer prevalecer las suyas propias.
Entre
rezo y rezo, este hombre que sabe de las concupiscencias del poder, calculará
llegado el momento de capitalizar una opinión moldeada con esmero por las
divisas más reaccionarias: el integrismo católico, el uribismo y su manía de
guerra, el ala más oscura del Partido Conservador. Acaso también el movimiento
nazi denominado Tercera Fuerza, que exalta a Ordóñez como “el último hombre en
pie con sentido común”; sin que él rechace la lisonja. Pero deberá aclarar si
tuvo o no “cercanías y afinidades” con Armando Valenzuela, inspirador de aquel
engendro que —según informa Daniel Coronell— resultó emparentado con
lefebvristas correligionarios del procurador y con los paramilitares del
Magdalena Medio. Supuestas simpatías de este orden no le impiden allanarse a la
política menuda: se opone a tocar las pensiones de parlamentarios y
magistrados, con lo que acaba de comprar la benevolencia de la clase política y
judicial: por chantaje o por favor.
El
procurador va por lo suyo y Petro da papaya. Se sabe gobierno de minoría y
opinión adversa, alimentada por ineficiencia en la gestión, por pugnacidad en
el estilo del alcalde, por inquina de noticieros de radio y televisión. Y sin
embargo, el burgomaestre suma errores que ceban el baculazo justiciero y tapan
sus logros. Equivocaciones como la de confiar al entonces gerente del
Acueducto, un irresponsable, la transición al modelo público de aseo; o la de
no prever el sabotaje de los operadores privados que dejaron de recoger basuras
para crear el caos, opacan hechos sin antecedentes. Como que en el último año
redujo Bogotá 3 puntos el índice de desigualdad. La mitad del servicio de aseo
es hoy público y funciona bien. Guillermo Alfonso Jaramillo les arrebató a los
corruptos el aparato de salud para volcarlo sobre los más pobres. Y tras 60
años de ires y venires, es Petro quien logra el contrato de ingeniería que
lanza la construcción del metro en Bogotá. Todo ello, no obstante haberse
topado él con una ciudad semidestruida y esquilmada por el cartel de la
contratación.
A
23 años de firmada la paz con el M-19 y cuando ésta podría extenderse a las
Farc, el locuaz mentor de la derecha se embosca contra la justicia transicional
que daría por terminada la guerra. “Hay punitivistas de última hora —dijo
Sergio Jaramillo—, que hace diez años apoyaban amnistías para paramilitares y hoy
son inquisidores”. Inquisidores también de la legalidad que, de sancionar a
Petro, desaconsejarían la opción de cambiar balas por votos, pues el mensaje
sería que la legalidad no paga. ¿No es eso boicotear la paz? ¿No es
involucionar a la dictadura teocrática de Núñez o al Frente Nacional y su
monopolio de la política por una fuerza única que niega la existencia de todas
las demás? ¿No fue éste uno de los móviles de la insurgencia armada en
Colombia? Manduquearse en Petro una opción de izquierda democrática sin
causales suficientes ni sindéresis ¿no azuzaría la guerra? ¡A moderar el
apetito por este bocatto di cardinale!
Coda.
¿Ya la justicia sabe quién ordenó atentar contra Ricardo Calderón?
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